“Mi nombre es Jaled. Mi nombre es Jaled. Mi nombre es Jaled”. Un bucle de palabras es lo único que sale de los labios hinchados y apaleados de uno de los presos liberados de Sednaya. Sobre una precaria camilla del hospital Abin el Nafees, en Damasco, se retuerce por un dolor incomprensible para los que no hemos experimentado la tortura. Las partes visibles de su cuerpo, cubierto en gran parte por vendajes, acumulan moratones y heridas indistinguibles unas de otras.
Fue evacuado hace dos días del conocido como “matadero humano”, un complejo carcelario a las afueras de la capital que ha alimentado las pesadillas de los sirios durante décadas. Sednaya era el destino de la gran mayoría de los encarcelados del régimen de Bashar el Asad, quien intentó reprimir con fuerza bruta cualquier forma de oposición. Pero con el presidente exiliado y los rebeldes del HTS asumiendo el poder en Siria, una turba de personas irrumpió en el penal y liberó a un centenar de condenados, entre ellos, Jaled.
Los vídeos muestran presos famélicos víctimas de tortura
Pero Sednaya no es una cárcel que siga ningún tipo de parámetro humano. Una extensa red de túneles, controlada tan sólo por un puñado de funcionarios, con accesos secretos y densos muros de hormigón pueden albergar todavía a miles de personas a las que aún no se ha podido acceder, ya que los carceleros han huido. Los vídeos que han trascendido del interior, antes de que cayera El Asad, muestran presos famélicos víctimas de tortura.
Miles de personas se agolpan ahora en las inmediaciones del recinto, en un búsqueda desesperada de familiares que tuvieron la mala suerte de acabar ahí. Algunos llegan desde otras partes del país como Mohamed, de Alepo, quien compara la imagen de su sobrino cuando era adolescente y del mismo, con al menos 30 kilos menos, en una de las filmaciones de la cárcel.
“¿Váis a Sednaya? Si le veis, decídmelo”, dice Rana, cuyo padre fue tomado prisionero durante las protestas de 2011. Vaga por los hospitales de la capital en busca de un reencuentro que no llega. Jaled ha tenido más suerte. Un doctor consiguió que le dijera su apellido, Zakarias, y su lugar de origen, Alepo. Tras una búsqueda en Facebook ha conseguido encontrar a su hermana, quien, según él, no podía creer que estuviera vivo